domingo, 23 de febrero de 2014

¿La suelto?

Se sentó frente a mí e hizo un ademán con la mano que sostenía el porro, yo no quería fumar pero instintivamente acerqué la mía para recibirlo, él me sonrió y dijo que no. Me estaba ofreciendo su mano. —Estás muy frío. 

Nunca lo había tocado, nada más allá de un saludo rápido y serio. En todo círculo hay un tipo discreto, el que piensa mucho y sólo dice dos palabras, frases irónicas que o te dejan callado o te hacen reír. Tocaba la guitarra, muy bien y poquito, sólo para él. Todos queríamos escucharlo más pero nunca le subía el volumen. 

Creo que desde el principio tomó una inusual confianza hacia mí. Le gustaba que le hiciera compañía mientras se quedaba en silencio. Platicábamos muy poco, no era necesario. Nos caíamos bien así. Siempre se quedaba mirándome como si buscara algo en mi rostro, en cuanto lo sorprendía sólo me reía y le decía que dejara de hacerlo. Supuse que era su viaje, el estado alterado de conciencia quita los filtros que le ponemos a la gente, así se ve más real, más desnuda. Fue por alguien más que me enteré que era casado y con hijos, supe dónde vivía, en qué trabajaba y un poco de su vicios duros ya extintos. 

Al cabo de unos años me llegó el rumor de que él se sentía atraído hacía mí. No lo creí pero pronto comenzó con pequeños y directísimos piropos. Me hacía reír mucho el ingenio que lo llevaba a convertir cualquier situación en una oportunidad para decir que yo era guapa, que me haría bien un poco de sexo o que estaba enamorado de mí. Era un juego, nada más. Uno muy divertido en el que perdía el primero que se lo creyera.

Vi su mano aproximándose a la mía, inhalé profundamente al tiempo que descubrí que sus manos no eran tan ásperas como yo creía. Creo que no exhalé. Apreté sus dedos solamente —Estás muy frío —le dije. Hizo una mueca de triunfo y me soltó. Pasaban las horas y de cuando en cuando nos mirábamos. Un roce, una sonrisa, una distracción. Nadie parecía notarlo.

Comenzó a oscurecer y bajó aún más la temperatura. Tenía una chamarra y fue por ella a su auto, lo acompañé. Sabía que no íbamos por nada. Sólo nos paramos junto a la cajuela, fingiendo que en algún momento el la iba abrir. Después de un silencio eterno dijo: -Yo me voy a meter al carro ¿y tú?

Abrió la puerta, se metió, cerró la puerta. Respiré, caminé, entré. En silencio los dos. Sentados derechitos cada quien en su asiento con las palmas de las manos heladas sobre las rodillas. La mirada al frente. Respiró profundo: -Quiero sentir -susurró. Se acercó a mí con fuerza y determinación y el impulso terminó justo a dos centímetros de mis labios. Cubrí la distancia que hacía falta. Nos besamos suave y breve. Salió del auto.

Regresamos. Nadie nos echó de menos. Horas después en medio de una risa tomó mi mano. Un amigo lo miró, parecía celoso. Dijo algo que no tenía nada que ver para interrumpir. —¿La suelto? El amigo seguía hablando cada vez más fuerte y con más gestos llamando mi atención. —¿La suelto? ya, está bien, la suelto.

—Estás muy frío —le contesté.

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