viernes, 26 de septiembre de 2014

Traición

Yo no quería perdonar a tu cuerpo. Qué bien sabes por la mañana.

miércoles, 17 de septiembre de 2014

Doña Señora.

Recuerdo que cuando era niña e iba hacia la escuela a veces me encontraba con una mujer. Mi madre me apresuraba porque diario salía muy tarde para ir a la primaria y para forzarme a caminar más rápido se adelantaba mucho. Yo corría detrás cargando mi mochila mientras le decía que me esperara. Una señora me saludaba siempre alegre y me decía que se me iba a escapar, entonces yo apresuraba el paso hasta que la alcanzaba. Mi mamá no preguntaba sobre esta mujer, no sé si nunca la vio. 

La verdad es que jamás supe de dónde salía, a dónde iba ni cómo se llamaba. Era de esas personas que sonríen con los ojos, que no hacen ruido y que no tienen edad. Yo crecí, la señora seguía con el mismo pelo, las mismas arrugas, y la misma fuerza. Nunca dejé de ir tarde a todos lados. Caminaba junto a mí y me hablaba de la lluvia, el calor, la mañana o cosas hermosas y simples que no podía recordar más tarde ese mismo día. Dejaba de existir después de que atravesaba la calle y nos separábamos. 

El ritmo de sus pasos y la manera en que respiraba al hablar me contagiaban su manera sencilla de llevar la vida. Un día yo caminaba de regreso a casa llorando y ella se materializó junto a mí, no actuó diferente. No fingió preocupación ni pretendió darme ánimos. Compartimos la calle como de costumbre, me dijo algo sobre un atardecer cansado, cambió su bolsa a la otra mano y sacó unas llaves. Me distraje y no vi a dónde entró. Llegué más tranquila a casa con la mente clara y segura de lo que tenía que hacer para reparar aquello que eché a perder. Fue la última vez que la vi. Su sola presecia me hacía olvidar tristezas y preocupaciones. Curiosamente nunca hablé de ella con nadie más. 

Siempre que pienso en lo difícil de las relaciones humanas y en las tonterías que hacen que dos personas se manden al carajo recuerdo a esta señora porque creo que la amistad va más allá. Nos complicamos mucho la vida con cosas insignificantes, la confianza y el amor están ahi aunque les inventemos problemas alrededor. No todo es personal y mal intencionado, no siempre que uno se enoja la otra persona tiene que saber por qué. Las cosas son simples: uno puede quitar toda la mierda para ofrecer el alma y un trozo de acera.